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La Rusa. Gregorio Fernandez

08 de junio de 2015

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 -Cuando éramos jóvenes un amigo y yo teníamos un puterío.

Velázquez caminaba a mi lado bajo el sol de un verano que no quería terminar.

 -Estaba en esa cuadra, dijo, señalando un pasaje sin salida.

Fijé mi vista. Autos en una calle sin focos rojos, donde unos chicos jugaban a la pelota. Sin toldos. Ni una señal de lo que Velázquez decía.

 -Obviamente ya no está – dijo, acaso adivinando mi búsqueda.

Continuamos caminando entre la marea de gente que salía junto a nosotros de la cancha. Quizás Velázquez quería animarme con su relato: nuestro equipo había sido derrotado. Tal vez buscaba en mi asombro algo con que aferrarse a su pasado.

Era un gran tipo Velázquez. Recuerdo claramente que todas las mañanas se sentaba en la vereda de su casa. Prendía un cigarro y así arrancaba: comentarios sobre política, deporte, el clima… A veces, con resignación reconocía estar caminando rápidamente hacia una vejez de mierda. La idea lo molestaba pero lo aceptaba como una “circunstancia más de la vida”.

Pero esa tarde Velázquez era otro. Esa tarde vencía a Goliat de una pedrada, se reía del cíclope. Sin darnos cuenta caminamos más de lo debido, sumidos los dos en su relato.

 -Conocí a una de las chicas en el casino…una rusa hermosa… vieras que patas, parecía jugadora de hockey la hija de puta…

Velázquez encendió otro cigarrillo, mientras buscaba palabras que lo ayuden a sacar de su mente las imágenes de las que al parecer se había aferrado durante décadas en un extraño egoísmo.

 -No sé porque me enamoré de ella… Diana se llamaba… Le invité un café y le propuse trabajar para mi en una rara forma de tratar de tenerla cerca. Aceptó gustosa y me propuso llevar otras chicas en el caso de yo tener un local para que trabajaran. – Inconscientemente asentí. “Arrancamos la semana que viene. Te paso mañana la dirección del lugar”. Diana sonrió. Se levantó de la mesa y se fue caminando por Maipú. En ese momento comprendí en que me había metido.-

Sentados en un banco de Plaza Urquiza veíamos a la gente pasar. Velázquez interrumpía su relato solo para dar profundas pitadas a su cigarrillo o para consultar incesantemente su reloj.

 -Llamé a un amigo y casi sin querer consiguió que su tío (un viejo rabino) le prestara una casa. Le mentimos que era para juntarnos a estudiar con otros amigos. También rápidamente conseguimos tres camas y unas cuantas sillas. En tres días teníamos un puterío hecho y derecho, ja. Llevamos una heladera por si alguno de los visitantes deseaba tomar algo, las chicas servían whisky, vermú, cosas que tomábamos en esa época. Además un viejo combinado en el centro de la sala de recepción le daba un toque especial al lugar: había un par de discos de Pérez Prado y uno que otro de Magaldi.

Una rubia pasó frente a nosotros. Paseaba un caniche, esos perros feísimos que en ocasiones parecen una extensión de sus dueños.

 -Diana eligió buenas minas – Continuó su relato Velázquez. – En casa no entendían porque vivía con sueño y le pagaba a mis hermanos para que me reemplazaran en el almacén de mi viejo. Siempre que mi vieja molestaba, le mentía que por las noches estudiaba demasiado…

 -¿Qué me decías de las minas? – Interrumpí ansioso.

 -¿Ah?... ¡sí!... Diana había llevado tres amigas. Una de ellas era una negra de Arequipa que nos vivía prometiendo un cebiche que nunca preparó. Era igual a las negras éstas que son tenistas. –

 - Las hermanas Williams – afirmé.

 -Esas. No tan linda como ellas, pero parecida: grandota, corpulenta, le encantaba el mambo, un amor de persona además… -

 -¿Y las otras dos? – Continué interrumpiendo…

 -Creta y Amanda.

 -¿Creta? – Salté del banco riendo. - ¡Me está jodiendo! –

 -Jajaja, no, para nada. – Mientras se tapaba la cara con su mano derecha en un intento de evitar el sol Velázquez no quitaba de su rostro la expresión de quien lo ha visto todo. - Así se llamaba

 -Siga contando Velázquez.

 -Creta era santafesina. Su padre era profesor de letras y la bautizó así. Un día respondiendo a un aviso en un periódico se encontró con este mundo, y en su afán de irse de su casa se metió. Había llegado a la ciudad siguiendo a Diana y esperaba ahorrar un año más para volver a su pueblo y abrir una mercería…-

 -¡Una mercería! – grité sorprendido.

 -Si, boludo, una mercería, ¿qué tiene de malo?... Vos soñás, que se yo, con ser el 9 de Boca, el cantante de Los Redonditos, bueno, esta mina quería tener una mercería.

 -Velázquez, ¿y usted qué soñaba?

 -Ja, yo soñaba con Diana. Día y noche. Soñaba con acostarme con ella, pero por amor, sin dinero de por medio…

 -¿Y que pasó?

 - Nada, con Pepe, mi amigo, nos acostábamos con las minas más que los clientes, nos tomábamos lo que comprábamos…-

 -No, Velázquez, ¿que pasó con Diana?

 -Se volvió anarquista…

 -¿Queeeeee?

 -Si, huevón, se volvió anarquista… en el puterío conoció a un tipo que no sé quien mierda era, y éste tipo lo único que hacía era hablar de Di Giovanni... ¿sabés quien es Di Giovanni?

 -No Velázquez, ni idea.

 -Otro día te cuento…

 -¿Y que pasó con el puterío?

 -Primero se fue Diana persiguiendo al tipo del que te hablé. Luego, como te dije, hacíamos mierda la guita y lo tuvimos que cerrar. Cuando abrí los ojos tenía esposa, dos hijos y el secretario de un usurero me apoyaba una 38 en la frente en pleno microcentro un lunes a las diez de la mañana. Así fue que decidí cortar con la noche y dedicarme a cuidar a mi familia.

Velázquez se paró y sin mediar palabra comenzó a caminar en dirección a la parada del ómnibus que nos llevaría a casa.

Durante diez minutos caminamos sin mirarnos. No podía quitar de mi mente la historia que Velázquez me había contado

-Velázquez – Corté el silencio. – ¿Volvió a saber de Diana?

- Hace un par de días la vi en la tele. Está en Italia… Ella encabezaba una marcha en contra de Berlusconi…

- ¿En Italia? – no dejaba de sorprenderme.

Velázquez me miró sonriendo. Volvió a mirar el horizonte a la vez que los ojos se le llenaban de lágrimas.

- Si, en Italia… Y yo renegando con estos desangrados que no le pueden hacer un gol a Aldosivi… Pero bué… ese es otro cantar…

Foto: Gregorio Fernandez

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